En Putre no solo murió Franco Vargas, también una enorme parte de la vida de Romy, su madre. El sábado 27 de abril del 2024 su teléfono sonó a las 7:15 de la mañana. Ella recuerda que escuchó la voz de Sebastián Silva, quien se identificó como el comandante de la Brigada Huamachuco, donde su hijo había sido enlistado como conscripto voluntario hacía dos semanas. “Me dice: la llamo porque Franco, en una rutina diaria, se desvaneció y falleció. Y le digo ¿qué me está diciendo? Tiré el teléfono lejos y empecé a gritar y a gritar. Llegó mi hermana preguntándome ¿qué pasó?, ¿qué pasó? Y yo solo gritaba y gritaba”. Desde ese momento la vida de Romy Vargas, contadora auditora de 35 años, cambió irremediablemente.
A tres meses de la extraña muerte del soldado Vargas –de 19 años– sucedida en la madrugada del 27, corriendo, mal abrigado, con bajísimas temperaturas y a 4.100 metros de altura como parte de las actividades de su servicio militar, Romy aún no puede hablar de Franco en pasado. En sus respuestas sigue vivo. Nos juntamos a conversar en una cafetería de un shopping de la zona Poniente de Santiago, a mediodía y a poco de conocer que el Juzgado de Garantía de Arica autorizaba la exhumación del cuerpo de Franco enterrado en el cementerio Canaán. Una pena permanente recorre sus palabras, un amargo desasosiego crispa su rostro.
“Extraño a mi compañero. En las mañanas iba y me acostaba a su lado un ratito. Extraño no verlo en mi auto acompañándome al lado. Extraño el día a día junto a él. Y que no voy a verlo ser papá. No voy a ser abuela. Me voy a perder todas esas cosas”, confiesa Romy. El dolor la inunda día a día, pero también el deseo de conseguir justicia y conocer la verdad. Desde un principio la historia de cómo había muerto Franco no le calzó, eso sumado a decenas de relatos de otros reclutas a sus apoderados indicando que el joven Vargas había sido golpeado, humillado e impedido de parar de correr. Eso lo supo casi enseguida el 27 de abril, a través de un grupo de WhatsApp de los padres de los conscriptos del batallón Huamachuco. Al mismo tiempo, 45 de esos muchachos quedaban con cuidados hospitalarios por diversos estados de enfermedad por influenza y dos de ellos fueron trasladados graves y con tratamiento intensivo en el Hospital Militar de Santiago.
Durante estos primeros cien días de duelo, Romy ha usado la tribuna de las redes sociales. No se quedó callada. El eco de sus posteos la llevó a ser entrevistada por matinales de TV y periódicos. A través de esta caja de resonancia ha podido conversar con la ministra de Defensa, Maya Fernández, y ser recibida por el Presidente Gabriel Boric en el palacio de La Moneda. Ha tenido una reunión con el comandante en jefe del Ejército, Javier Iturriaga, y un grupo de diputados generó una comisión investigadora en que el jefe castrense tuvo que dar explicaciones con respecto a que sucedió en Putre. Su búsqueda por verdad ha provocado también que el caso pasase de la justicia militar a la justicia civil, hecho prácticamente inédito. Romy reconoce que para sostenerse ha tenido que ser medicada psiquiátricamente para resistir la pena y la depresión, y que su familia –padre, madre y dos hermanos- la sostienen, mientras que en su trabajo la apoyan. No ha existido tiempo para el luto, mucho menos para el “descansa en paz”.
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Una de las fotos que Romy comparte de su vida antes de la tragedia está fechada el 14 de septiembre del 2010. Aparecen abrazados, ella de 21 años y Franco, que mira fijo a la cámara, de cinco años, vestido de militar y con una boina negra. Su madre cuenta que él siempre quiso ser soldado: “Su convicción fue las Fuerzas Armadas y su objetivo ser oficial de la PDI”.
Franco nació y estuvo siempre como parte de una familia apatotada. Creció en la población Oreste junto a su madre, abuelos, una tía mayor en tres años y un tío al que lo aventajaba en cuatro. Una familia pequeña pero muy unida y que nunca antes se había separado. Romy reconoce que su hijo era muy introvertido, que le gustaba estar con sus perritas Minnie y Pandora y que le gustaba estar en el computador viendo videos de gamers o riéndose de los memes. Un chico que compartía esas tardes con su mamá mientras ella hacía tele trabajo y que planeaban bellos viajes como los que hicieron a Machu Picchu, Río de Janeiro o el último, previo irse al servicio, al Valle del Elqui.
Egresado del Liceo de Aplicación, tenía un solo amigo desde la infancia, el “Cote”, con quienes se juntaban con los computadores a jugar. Le gustaba estar más con gente adulta, tenía un humor oscuro y salidas chistosas. “Era tan tímido que sentí que quizás yo era quién le tenía que dar rumbo a su futuro”, cuenta Romy con tristeza. Franco siempre la escuchó, entonces no le pareció descabellado el hacer el servicio militar. Postularon en octubre de manera on line y fue llamado un jueves a comienzos de abril. El día viernes ya sabía que su destinación sería a Putre: “Estaba súper contento”, señala su mamá.
Supo de Franco durante la primera semana de internación en la vida militar. Cada día tenía media hora para hablar con su familia y confesaba que le estaba costando adecuarse. Romy relata que “tenía a su cabo que lo alentaba. Que le decía que todo esto era mental, que él podía ser fuerte. Pero ese oficial tuvo que retirarse por problemas familiares. Creo que tenía enferma la hija. Ahí llegó todo este pelotón desgraciado, infeliz, que le hicieron todo esto a los chiquillos”.
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La segunda semana en el servicio, cuenta Romy, los celulares fueron confiscados y quedaron sin comunicación. Nunca más pudo hablar con Franco y todo lo que aconteció en esos días y el fatídico día 27 de abril ha sido lo que le han contado. Tanto de manera oficial por parte del Ejército como los relatos de algunos compañeros –de un total de 245– que se decidieron a contar lo que vivieron esa madrugada de sábado en el cuartel Pacollo, en el altiplano chileno y 4.192 metros de altura.
El relato efectuado por el Ejército en una presentación PDF expuesta a la Comisión Investigadora de la cámara de diputados el día 10 de junio, indica que esa semana sin celulares los jóvenes soldados realizaron marchas previas durante tres jornadas e instrucción nocturna. El sábado 27 señala que la marcha se inició a las 6 AM con una temperatura de 7,9 grados centígrados y que, 13 minutos después, Franco presentó problemas respiratorios siendo evaluado por un enfermero militar en combate siendo evacuado al PAME - Puesto de Atención Médico Especializado- de Pacollo y que, al no presentar mejoras en su condición de salud, fue evacuado vivo al CESFAM –Centro de Salud Familiar- de Putre en el que se constata su muerte.
La información castrense además revela que, al día siguiente, el 28 de abril, se detectaron 45 casos de camaradas de Franco con problemas respiratorios, siendo nueve de ellos internados en hospital Juan Noé de Arica y que el 29, dos de ellos, fueron llevados vía aeromédica al hospital militar siendo internados en la UTI, uno de ellos, terminando con una mano amputada.
En la presentación de estos, por parte del Ejército, se dio a conocer un par de aristas de alta importancia. La primera en que indica que en esa semana en Pacollo e incomunicados, Franco Vargas había sido evaluado en tres ocasiones por cuadros de ansiedad. El segundo es que uno de sus correligionarios, Lucas Gamboa Salinas, el mismo día de la muerte de Franco, había sido trasladado enfermo al hospital Juan Noé y cinco días después al Hospital Militar en la capital.
“Cuando yo me enteré de Franco, mi hermana tomó mi celular y escribió en el grupo de WhatsApp que teníamos con los papás. Ellos cuando empezaron a hablar con sus hijos durante la mañana, supieron que todo era verdad. Algunos llamaban desesperados para que los sacaran, que vieron morir a Franco y que estaban mal. Contaban que Franco pidió ayuda, que había sido golpeado, que al Franco se le había roto una mochila con agua, que estaba mojado y mal, que pidió ayuda, que lo patearon en el suelo, que le deseaban la muerte. Estaban todos traumados”, recuerda Romy Vargas.
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Lo que sucedió después de la llamada del comandante Silva fue un vendaval de acontecimientos. Ese mismo 27, efectivos del Regimiento Buin llevaron a Romy y a sus padres rumbo a Arica vía aérea. Allá los oficiales le indicaron que la institución se haría cargo de los gastos funerarios y que el deceso se debía a un paro cardiaco. Como ya estaba alertada de los sucesos contados por los conscriptos en el chat grupal de padres, Romy les dijo que sabía que Franco no había muerto por lo que ellos contaban y exigió nombres de los oficiales encargados, cuestión que negaron por estar todo a cargo de la fiscalía militar. “Ustedes me destruyeron la vida, ¿quién va a responder por esto?”, recuerda haberles dicho.
Esa noche, en un hostal, y con una custodia militar que ella se encarga de aclarar que rayaba en el acoso, decidió hacer público el caso vía X (ex Twitter) pidiéndole ayuda a figuras públicas como Anita Alvarado o Julio César Rodríguez. A su teléfono le seguía llegando información de los compañeros de Franco indicando que estaba mojado, que lo habían golpeado y que tenía hipotermia. Los padres estaban horrorizados y con miedo.
El domingo 28 pudo ver el cuerpo de su hijo en el Instituto Médico Legal ariqueño. Todo fue como una pesadilla en que nunca estuvo sola: “Cuando llegué había militares y cuando entré a la sala había un militar. Vi el cuerpo de mi hijo, le vi morado el brazo y empecé a gritar que quién le había pegado. Ahí me tomaron entre cinco militares y una milica me metió una pastilla. Yo estaba gritando afuera en la plaza, que me lo habían matado, que los odiaba y que lo iban a pagar”, revela con amargura.
Su madre, Tatiana, fue quien firmó la autorización de la autopsia en la que le indicaron, nuevamente, que había muerto de un paro cardiaco. A la familia le fue colocada una escolta militar femenina y la presión se hizo tan potente que, para evadirlos, terminaron viajando por un par de horas a Tacna, Perú, en donde pudieron caminar sin uniformados cerca y en silencio. En la noche de ese día decidieron volver a Santiago y esperar el cuerpo de Franco, el que solo podría viajar el lunes montado en el sector de carga de un vuelo comercial. La familia permitió que en el funeral solo estuviera una escolta de soldados del Regimiento Buin, “no me pude negar a esa despedida, era el sueño de mi hijo”.
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Durante estos tres meses Romy ha tenido que endurecer el alma y la piel. A su lucha diaria vía redes sociales –en la que decenas de bots le han dicho de todo– también ha tenido que escuchar las zigzagueantes declaraciones de los personeros militares que se contraponen con los relatos de los conscriptos.
En el programa “Podemos Hablar” de Chilevisión, los ex conscriptos Francisco Adasme y Cristopher Pakarati, relataron que los levantaron a las 4:40 AM, que al momento del desayuno no les dan café ni ninguna bebida caliente y les indican que deben guardar el pan en las chaquetas. Les quitaron los parkas para el frío y a las 6 AM los obligan a marchar en un “frío horrible” con polera y camisa. “A Franco se le rompe la Camel Back (mochila porta agua) de dos litros y en que llevábamos un agua asquerosa, no potable”, cuenta Francisco. “Él gritaba que no podía caminar, que estaba mojado y cansado, que lo dejaran ahí”, agrega Cristopher. El relato de ambos jóvenes revela que Franco estaba enfermo hace días y que varios de sus camaradas también lo estaban. Franco Vargas se desmaya a los 10 minutos y lo conminaban a pararse. Se desvanece por segunda vez indicando que tenía frío por estar mojado y que lo paran a los tirones y a los zamarreos: “No seas mariquita, no seas lesbiano”, recuerda Cristopher que le gritaban a Franco. Un tercer desvanecimiento sobre arbustos fue el definitivo. No se levantó más, “nunca pensamos que el compañero iba a morir ahí. Morirse de esa manera es inhumano”, puntualiza Francisco Adasme.
La verdad a cuenta gotas va enfrentando los testimonios oficiales. El director del Cesfam de Putre, Aldo Ribera, contó que Franco llegó sin signos vitales a las 6:52 AM y que se le efectuaron seis ciclos de reanimación sin resultados. Lo mismo sucede con la causa de muerte dictaminada por el Servicio Médico Legal de Arica, cuya validez fue absolutamente cuestionada por no realizarla bajo el protocolo de MInessota, procedimiento para llevar a cabo una investigación de una muerte potencialmente ilícita por parte de agentes del Estado, y que ha permitido que la justicia civil dictamine la exhumación del cuerpo del joven Vargas para que se efectúen nuevos estudios.
Romy también señala que los conscriptos que quedaron en el batallón han sido conminados a firmar exenciones de responsabilidades y a guardar silencio bajo amenazas de sus superiores. El Ejército contabilizó que tras este infame incidente solicitaron la baja del servicio militar un total de 114 soldados del Regimiento Huamachuco.
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Tras los hechos se solicitó que la justicia militar investigase los acontecimientos. Las primeras medidas disciplinarias corrieron con el llamado a retiro del comandante de la Brigada Huamachuco, Sebastián Silva, y del jefe de la VI División, Rubén Castillo. También significó que el comandante en Jefe del Ejército, general Iturriaga, tuviese que reconocer que en estos mandos “hubo falta de diligencia y omisiones para pesquisar adecuadamente y en un tiempo prudente, falsedades y tergiversaciones. Hubo tratos indebidos por parte de algunos oficiales y suboficiales con los soldados conscriptos, consistentes en exigencias físicas fuera del marco reglamentario para actividades de cuartel”.
La lucha de Romy por esclarecer lo sucedido le permitió poder hablar con la ministra de Defensa, Maya Fernández, quien instruyó una mesa de trabajo sobre el Servicio Militar Obligatorio entre la Subsecretaría y el Ejército. Su insistencia la llevó a que fuera recibida por Gabriel Boric en el Palacio de La Moneda. La mujer recuerda que ese 13 de mayo, el Presidente fue muy humano: “Me abrazó y le dije que me lo mataron y que todavía no sabía los nombres de los culpables. Abrió una carpeta y me dio toda la información, además de una bitácora detallada de lo que había pasado con Franco ese día”.
Claudio Guajardo Pinochet, Bjorn Wohlk, Manuel Zambrano y Michael Fritz. Esos son los nombres que repite cuando se le pregunta quiénes estaban al mando a finales de abril en Pacollo. Los ribetes del caso permitieron, después de muchas idas y vueltas, que el caso pasara a la justicia civil luego de un dictamen de la Corte Suprema.
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“Un error lo comete cualquiera”. Eso recuerda que le dijo el general Iturriaga cuando se reunieron por primera vez el 19 de junio. “Nunca me pidió perdón”, revela Romy quien fue acompañada por Jimena, su madrina. Cuenta que encararon al uniformado, que se puso nervioso y que le decía “Yesenia”: “Le di los nombres de los involucrados y agregué que quizás me faltaban algunos más, pero que ellos tenían que responder y él darlos de baja. Contestaba que no podía, que todo era parte de la investigación”. No hubo mayores explicaciones. Las mujeres salieron furiosas del encuentro que duró 15 minutos.
La segunda vez que se vieron fue en la sesión de la comisión investigadora de la cámara de diputados, el día 1 de julio. Cuando Iturriaga se refirió a Romy, ella lo miró feo: “Fue mutua la mirada de perros que nos mandamos. Pero la actitud de Iturriaga en esa comisión fue bastante como wow, mira cómo se está retractando de todo lo que dijo al principio. Aunque yo creo que lo ha hecho porque esto salió a la justicia civil. Si hubiera sido la militar, esto se tapa. Y pasó lo que Franco era enfermo nomás y murió porque era flojo, así han querido dejarlo”.
La tercera ocasión en que supo del comandante en Jefe, fue con una carta que le llevaron los militares a su casa ofreciéndoles una pensión y el monto del seguro de vida. Debían volver con la carta firmada, cosa que nunca ocurrió. “Cuando ustedes me digan voy a dar a los culpables de baja, les voy a quitar todos los beneficios, ahí les voy a firmar”, le dio como respuesta Romy.
Al cierre de esta crónica el cuerpo de Franco ya fue exhumado por parte del fiscal regional de Arica y Parinacota, Mario Carrera, acompañado por las brigadas de Homicidios de Arica y la Región Metropolitana, del Laboratorio de Criminalística de la PDI, peritos del Servicio Médico Legal y personeros de la Unidad de Víctimas de la Fiscalía. Pocos días antes Romy, vía chat, escribía que tenía miedo “al ver su tumba y abrir la herida”.
Romy Vargas sabe que el proceso puede ser largo y doloroso, aun así, lucha. Confiesa que solo se quedará tranquila cuando vea a todos los culpables –directos e indirectos– en la cárcel y sin beneficios militares. Sea quien sea. “Me pueden decir hoy que un cabo ayudó a los otros chiquillos. Sí, puede ser, pero ayudó a tu hijo. Al mío, cuando suplicó no hizo nada. Los que estaban ahí tuvieron en sus manos poder ayudar a los chiquillos y no lo hicieron. Permitieron que todos estos monstruos hicieran lo que quisieran: los orinaran, golpearan en la cabeza con patadas, los obligaran a comer pollo crudo o a tomar agua con tierra. Ellos tienen que pagar”.