“Sergio, ¿a qué hora llega la tía Juana?”, preguntó a las 2:00 de la madrugada el general de ejército, Washington Carrasco. Al otro lado de la línea telefónica está el general Sergio Arellano, uno de los dueños del golpe de Estado que se desatará en pocas horas sobre Chile ese martes, 11 de septiembre de 1973. Su respuesta fue escueta y precisa:
—La embarqué en el tren nocturno, por lo que calculo que llegará a las 8:30.
Con voz autoritaria, Arellano acaba de pronunciar la hora clave de los conjurados. Marca el inicio de la operación cuyo objetivo es derrocar al presidente Salvador Allende. Pero en ese momento, a las 2:00, algunos generales ya están inquietos. Hay importantes escaramuzas previas.
En el palacio presidencial de Chile también hay zozobra. Recién se iniciaba ese martes 11 de septiembre y en la Oficina de Informaciones y Radiodifusión de la Presidencia (OIR) está de turno René Largo Farías. El emblemático hombre de radio, motor del desarrollo de la música nacional y creador del antiguo programa “Chile Ríe y Canta”, está inquieto. Han llegado alertas de sospechosos movimientos de tropas en distintos puntos del país. En su bitácora de turno, abierta a las cero horas del 11 de septiembre, escribe:
0:25. Llama el intendente de Aconcagua confirmando que han comprobado extraños movimientos de tropa en el Regimiento Guardia Vieja, de Los Andes, y en el Regimiento Aconcagua, de San Felipe, y que muchos soldados estarían movilizándose hacia Santiago.
0:29. Llamo a Tomás Moro, residencia particular del presidente. Me contesta Raúl, de la Guardia Personal del doctor Allende. Le señalo mis inquietudes y se compromete a hacerlas llegar al compañero presidente, quien se encuentra reunido en esos momentos con los ministros de Interior y Defensa.
Poco después, a las 4:00 horas, está listo para entrar en acción el escuadrón a cargo de la “Operación Silencio”. Antes de cualquier otra operación de combate, los golpistas han señalado como primer “enemigo” las antenas de las seis radios afines al gobierno de Salvador Allende: Corporación, Magallanes, Portales, Sargento Candelaria, Luis Emilio Recabarren y la radio de la Universidad Técnica del Estado (UTE). Las emisoras de la Voz de la Patria. Objetivo: silenciar a sus equipos de periodistas, radio controladores y colaboradores. Y que cesen de transmitir “esa música”, la que ha acompañado cada uno de esos mil días del gobierno de la Unidad Popular.
Hacía solo tres años (4 de septiembre 1970) que el médico socialista había sido electo Presidente de la República por sufragio universal. Y a pesar de la intervención del gobierno estadounidense que provocó desabastecimiento y caos bajo la orden impartida por el presidente Richard Nixon de “hacer chillar la economía” de Chile, el apoyo al gobierno de la Unidad Popular en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 alcanzó el 44% de los votos. La cifra hizo inviable la destitución del presidente en el Congreso. De allí la importancia para los conjurados esa mañana de aislar al presidente Allende de los trabajadores y del pueblo que lo apoya.
La población debe quedar solo informada por la cadena de las fuerzas golpistas. La encabezará Radio Agricultura, propiedad del gremio de los dueños del latifundio chileno: la Sociedad Nacional de Agricultura.
Un dato ha pasado todos estos años casi inadvertido. Muestra el fuerte apoyo de civiles y extranjeros en la planificación del Golpe: la revelación que hizo más tarde Federico Willoughby, entonces gerente de la Sociedad Nacional de Agricultura, uno de los civiles en el comando golpista, participó del diseño y ejecución de la “Operación Silencio” y primer vocero de la Junta Militar que se hizo del control del país. Para garantizar la transmisión de la cadena golpista, los estudios y antenas de Radio Agricultura fueron blindados por expertos alemanes que les envió Paul Schäffer, líder de Colonia Dignidad, secta alemana instalada en el sur del país donde se traficó armas, se asesinó opositores a Pinochet y se abusó sexualmente de decenas de menores. La seguridad de la radio también estuvo a cargo de los alemanes. El tráfico de armas se hizo a través de la sociedad entre Schäfer y el alemán Gerhard Mertins, miembro de las Waffen-SS durante el régimen de Hitler y luego uno de los exportadores de armas más conocidos de la República Federal de Alemania.
A las 6:30 del 11 de septiembre un grupo de la Armada –con encapuchados vestidos de civil– atacó e inutilizó con precisión las instalaciones de la Radio de la Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Universidad de Santiago). El periodista Guillermo Torres era redactor y locutor de sus noticieros de medianoche. No supo que ya no habría más noticieros. El rector de la universidad, Enrique Kirberg, fue de inmediato alertado. Se preparaba para una mañana crucial. Allí, en la sede de su universidad, repleta de carteles y pinturas que llamaban “¡No a la Guerra Civil!”, Salvador Allende haría un importante anuncio político: el llamado a un referéndum para intentar una salida democrática a la crisis política. El cantautor Víctor Jara sería uno de los artistas que animaría esa jornada histórica.
Poco después de la destrucción de las antenas de la radio de la UTE, otro equipo allanó e inutilizó la planta transmisora de la Radio Luis Emilio Recabarren, de propiedad de la Central Única de Trabajadores (CUT), la poderosa central sindical chilena.
A pesar de los rumores de la asonada golpista en Valparaíso, el rector Kirberg abandonó su casa y se fue a la universidad. Lo mismo hizo Víctor Jara. Y centenares de académicos, estudiantes y trabajadores que se congregaron en su casa principal, muy cerca de la Estación Central de Ferrocarriles.
A las 6:00 de la mañana, en Concepción (sur de Chile), el general de la Fuerza Aérea Mario López Tobar asume la identidad “Libra” y se pone al mando del grupo que pilotará cuatro aviones Hawker Hunter. Cada nave llevaba 32 cohetes Sura, cohetes Sneb y diversas municiones; una cadencia de tiro total de 5.600 proyectiles explosivos por minuto.
A las 7:00 los cuatro Hawers Hunters están listos para despegar rumbo a Santiago. Los primeros proyectiles deben hacer blanco sobre las antenas de las radios elegidas.
A las 4:00 horas, está listo para entrar en acción el escuadrón a cargo de la “Operación Silencio”. Antes de cualquier otra operación de combate, los golpistas han señalado como primer “enemigo” las antenas de las seis radios afines al gobierno de Salvador Allende: Corporación, Magallanes, Portales, Sargento Candelaria, Luis Emilio Recabarren y la radio de la Universidad Técnica del Estado (UTE).
En Televisión Nacional (TVN), el canal público de Chile, el jefe de Prensa, el periodista y escritor José Miguel Varas ya está en su puesto de trabajo. En la madrugada le informaron que el Golpe ya está en marcha en Valparaíso. Iris Largo, su esposa, está en su puesto de trabajo en la Editorial Quimantú y recuerda:
—Rápidamente, José Miguel hizo unas llamadas. Entre otras, a Pablo Neruda que todas las mañanas esperaba su informe de noticias y a quien justo ese día iba a ir a visitar a su casa de Isla Negra junto con el escritor Fernando Alegría, para hacerle entrega de los primeros ejemplares de Canción de gesta, libro reeditado por Quimantú. Luego se fue a su trabajo a Televisión Nacional.
A esa hora, el periodista Augusto Olivares, director de Televisión Nacional, ya está en La Moneda junto al presidente, uno de sus mejores amigos. Pasó la noche de ese 10 de septiembre en la residencia presidencial. Permaneció allí después de una reunión que se extendió hasta la 1:30 de la madrugada con el presidente, el ministro de Defensa, Orlando Letelier; el ministro del Interior, Carlos Briones, y el asesor del presidente, Joan Garcés. Se ultimaron detalles del discurso que pronunciaría solo horas más tardes Salvador Allende en la Universidad Técnica llamando a plebiscito.
Joan Garcés relata a BBC Mundo:
—Augusto Olivares me despertó a eso de las 7:15 diciéndome que había una sublevación de la Marina en el puerto de Valparaíso. Entonces nos fuimos al palacio presidencial junto al presidente que ingresó a La Moneda con información de que el Ejército era leal y ocupó su puesto de mando para dirigir la defensa del sistema constitucional. A medida que fueron pasando los minutos fue entrando información de que el Golpe estaba en desarrollo.
El periodista Leonardo Cáceres, jefe de prensa de Radio Magallanes, vive muy cerca de la casa del presidente. Alertado de movimientos sospechosos de la Marina en Valparaíso, mira por una ventana de su hogar hacia la calle Tomás Moro, cuando ve algo que lo moviliza de inmediato. Cáceres relata:
—Vi que se abrían las puertas de la residencia presidencial y tres o cuatro autos Fiat (de los guardias de seguridad personal, GAP, de Allende), escoltados por varias “tanquetas” de carabineros, salían a toda velocidad. Ya no me cupo duda, algo grave estaba pasando: en uno de esos autos iba el presidente Allende. En mi citroneta me fui a la Radio Magallanes, ubicada en el centro de Santiago. En el camino fui escuchando radio. De pronto escuché la voz del presidente. Fue su primer mensaje.
Salvador Allende ya está en La Moneda, en el centro de Santiago. Con la primera información confirmada del movimiento de tropas en Valparaíso, a las 7:55 habló por primera vez a los chilenos a través de las radios afines aún al aire. A pesar de la serenidad que transmitió, sus palabras enfriaron los movimientos en miles de hogares:
“Lo que deseo es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y eviten provocaciones. Como primera etapa tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido”.
Allende mantenía la esperanza de que la asonada golpista sería abortada.
El periodista Guillermo Ravest, director de Radio Magallanes, una de las seis emisoras que los golpistas han decidido silenciar para siempre esa mañana, se hizo cargo de su equipo temprano. No fue fácil llegar al centro de Santiago, al sexto piso de un edificio ubicado a solo cuadras de La Moneda. Se encontró con “una nerviosa actividad”.
Ravest cuenta:
—El periodista Ramiro Sepúlveda me informó de la ubicación de los reporteros en sus respectivos frentes de trabajo. Anotamos una sola baja: el redactor de los noticieros de la mañana, seguramente presa del pánico, abandonó la radio. Nunca más supe de él. En cambio, periodistas de los turnos vespertinos decidieron reforzar el equipo matinal. Pensaron que allí eran más necesarios. A ratos nos atropellábamos, pues en algunos momentos tuvimos hasta tres radiocontroles metidos en el estudio. Nos acoplamos a la Radio Corporación para difundir las primeras alocuciones que hizo el presidente Allende.
A las 8:00, tal como estaba planificado, la Armada tomó el control de Valparaíso y la cadena golpista lanzó su primer mensaje, escrito con antelación por civiles. Un párrafo quedó haciendo eco por muchos años: “Esto no es un Golpe de Estado; solo se persigue el restablecimiento del Estado de Derecho. No tenemos compromisos. Solo gobernarán los más capaces y honestos. Estamos formados en la escuela del civismo, del respeto a la persona humana, de la convivencia, de la justicia”.
Leonardo Cáceres llegó a la Radio Magallanes poco después de las 8:00:
—Ya estaban todos. Guillermo Ravest, el director; Eulogio Suárez, el gerente; los periodistas, los locutores. Se vivía un clima de máxima tensión, con la adrenalina a tope. Se intercambiaban las noticias con los rumores en medio de una sensación de caos. Sonaban todos los teléfonos al mismo tiempo.
A las 8:20 Allende habló por segunda vez al país. Aún mantenía la esperanza de que la sublevación estuviera acotada a la Armada y que, tal como ocurrió en agosto con la asonada del Regimiento Blindados Nº 2 del Ejército, infiltrados por el grupo de ultraderecha “Patria y Libertad”, los amotinados serían derrotados y desarmados. Mientras Salvador Allende hablaba, sobre la casa matriz de la Radio Corporación, ubicada en el sur de Santiago (Maipú) ya sobrevolaban los Hawker Hunter.
—¡Distancia de tiro!—ordenó el general de la Fuerza Aérea, López Tobar.
Los cohetes demolieron en forma precisa el blanco. La Radio Corporación ya estaba en silencio. Sus voces, las del periodista Sergio Campos y el locutor Julio Videla serán acalladas. Pero no para siempre.
Diez minutos después (8:30) se inició la guerra. Aplicando el cronograma Radio Agricultura transmitió la primera proclama golpista. A partir de ese momento fue como si el país se congelara. Le exigieron al presidente Allende renunciar. Y su primera advertencia: “la prensa, las radioemisoras y canales adictos a la Unidad Popular deben suspender sus actividades informativas a partir de este instante, de lo contrario recibirán castigo aéreo y terrestre”.
En La Moneda, Allende decide responder a esa declaración de los golpistas. Llama a la Radio Corporación donde en una frenética operación sus equipos logran habilitar la antena de frecuencia modulada que no fue destruida, y sacar al aire la voz del presidente. Radio Magallanes se cuelga a la mermada cadena de la Voz de la Patria.
—Hago presente mi decisión irrevocable de seguir defendiendo a Chile en su prestigio, en su tradición, en su norma jurídica, en su Constitución— anunció rotundo Salvador Allende.
En el comando golpista hay indignación cuando escuchan las palabras de Allende. Reitera que no acepta la rendición. La “Operación Silencio” necesita nuevas bombas. No se permiten errores. Y la ebullición sube y sube de decibeles. Temen desafección a la rebelión en las tropas del Ejército y la Fuerza Aérea. El comandante en jefe de la Armada asegura tener bajo control total a su tropa. La voz de Allende vuelve a arremeter:
—En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con su obligación.
Minutos después, mientras por las calles de Santiago y Valparaíso siguen desplegándose tropas fuertemente armadas, en La Moneda el presidente Salvador Allende recibe nuevamente el ofrecimiento de un avión para sacarlo del país con su familia. “¡El presidente no se rinde!”, fue su respuesta.
Así, amarrados a la Voz de la Patria, algunas emisoras pudieron difundir esa mañana algunos o los tres primeros mensajes que el presidente Allende emitió esa mañana desde La Moneda alertando al pueblo sobre la sedición en marcha. Y de su decisión de no renunciar, de resistir en La Moneda, haciendo respetar la Constitución y el sufragio democrático que lo llevó a la presidencia.
El periodista Leonardo Cáceres, jefe de prensa de Radio Magallanes, vive muy cerca de la casa del presidente. Alertado de movimientos sospechosos de la Marina en Valparaíso, mira por una ventana de su hogar hacia la calle Tomás Moro, cuando ve algo que lo moviliza de inmediato.
En paralelo, con la potente Radio Agricultura a la cabeza, la red de las Fuerzas Armadas emite bandos y anuncios que siguen congelando la sangre en miles de hogares. Y que desatan la fiesta en otros. Y también música folclórica, de huasos y “chinas” elegantes. A través de esa cadena radial los sediciosos imponen el nuevo orden. En la televisión, otro grupo golpista monopoliza la información que se podrá ver en adelante a través de las pantallas de Canal 13.
Antes de las 10:30 de ese 11 de septiembre la “Operación Silencio” está casi finiquitada. Allende está aislado. Las radios Sargento Candelaria y Portales ya desaparecieron. Y ahora sí Radio Corporación es eliminada del dial.
Por Radio Agricultura se anuncia el inminente bombardeo a La Moneda. Se exige obediencia a los bandos, se conmina a obedecer sin dilación a las personas que han sido llamadas a presentarse de inmediato ante las nuevas autoridades. Y se reitera a las radios que no se plieguen a la red golpista que serán objeto de ataque por “fuerzas de aire y tierra”.
Pero en el dial, aún se escuchan los cánticos y consignas que llaman a parar la guerra civil y a los golpistas. Es Radio Magallanes, la única de la Voz de la Patria que sigue en el aire. En sus estudios, a solo cinco cuadras de La Moneda, hay febril actividad. Saben que en cualquier momento pueden llegar los militares a ocupar la estación, pero nadie quiere abandonar su puesto de trabajo. Se toman decisiones. Guillermo Ravest relata:
—En una breve reunión resolvimos junto al periodista Leonardo Cáceres, nuestro jefe de prensa, y Amado Felipe, jefe de radio-operadores, dar cumplimiento a decisiones operativas. Se escogió a los integrantes del pequeño equipo que debería apostarse en la planta transmisora, en Renca (comuna en los suburbios de Santiago), para intentar seguir emitiendo en cualquier emergencia. Todos aceptaron inmediatamente: los periodistas Ramiro Sepúlveda, Jesús Díaz, Carmen Flores –recién egresada de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile– y el locutor Agustín “Cucho” Fernández.
La misión de los escogidos es estratégica. Leonardo Cáceres relata:
—¿Quién podría asegurarnos que los golpistas no intentaran silenciar la radio, ocupando nuestros estudios en calle Estado? Si así lo hicieran, la radio podría seguir transmitiendo desde la misma planta. Muy temprano los militares habían silenciado la radio de la UTE; poco después habían hecho lo mismo con radio Corporación. Habíamos quedado solos en el aire. Redactábamos noticias a toda velocidad y las pasábamos al estudio para que los locutores las leyeran entre un disco y otro del Quilapayún o el Inti Illimani. En un momento entré al estudio y me quedé ayudando a leer comunicados de los cordones industriales y de la CUT. De pronto, Guillermo Ravest aparece agitando los brazos y tocando el cristal que separa al estudio de la sala de control. En esta última había un teléfono a magneto conectado en directo con la oficina del presidente en La Moneda.
Guillermo Ravest, cuenta:
—Iba a buscar un cigarrillo a mi oficina cuando, inesperadamente, sonó la ‘Plancha’, nombre que le dimos al teléfono a magneto –accionado a manivela– que nos comunicaba directamente con el despacho presidencial de La Moneda. Levanté el auricular.
—¿Quién habla?— escuchó decir Guillermo Ravest al otro lado de la línea; y de inmediato reconoció la voz del presidente.
—Ravest, compañero…
—Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero…
—Deme un minuto, para ordenar la grabación…
—No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente. No hay tiempo que perder.
Ravest continúa: “Sin sacarme la bocina de la oreja, grité a Amado Felipe –quien estaba al frente de las perillas del control en el estudio– que instalara una cinta para grabarle y a Leonardo Cáceres, que corriera al micrófono a fin de anunciar al presidente. Allende debe haber escuchado esos gritos. Le pedí: ‘Cuente tres, por favor, compañero, y parta’”.
“Pese al nerviosismo de esos instantes, Amado Felipe –un gordo hiperkinético siempre jovial, hijo de refugiados españoles– tuvo la sangre fría o clarividencia histórica de empezar a difundir al aire los primeros acordes de la Canción Nacional, a los que se mezcló la voz de Leonardo Cáceres, anunciando al presidente. La tensión del momento explica por qué a Felipe se le quedó abierto el micrófono de ambiente, hecho que aclara por qué en su original se registra mi voz pidiendo a gritos: ‘¡Cierren esa puerta, huevones!’. Los asaltantes de La Moneda le añadieron su música de fondo: balazos, disparos de artillería y hasta ruidos de aviones”.
Leonardo Cáceres recuerda como si fuera ayer esos minutos históricos:
—El control bajó el volumen de la música y yo anuncié al presidente. Ninguno de nosotros sabía que ésta iba a ser la última vez que el presidente Allende hablara al país. No lo sabíamos, pero yo creo que sí. Era clarísimo, estaba hablando con la vista fija en los chilenos del futuro, en los que iban a sobrevivir al golpe, en los que iban a oír su voz 10, 20 o 30 años después. Allende habló para la historia. El trabajo seguía, nervioso, en los estudios. Escuchábamos la voz del presidente y al mismo tiempo ordenábamos los textos que se iban a leer a continuación.
Ravest se detiene:
—Tras su última frase y, sin colgar, Allende me añadió un escueto: “No hay más, compañero, eso es todo”. Y como ocurre en ciertas circunstancias solemnes o dramáticas, no faltó el añadido de una nota ridícula. Soy su autor. A modo de despedida le dije: “Cuídese, compañero”. Leonardo se acercó a mi lado, junto a la ‘Plancha’. Ambos habíamos escuchado aquellas últimas palabras. “Este es su testamento político. Flaco, estamos sonados…”, le dije.
En La Moneda, el jefe de Radio de la OIR, René Largo Farías, escucha por Radio Magallanes el discurso de Allende. Y escribe: “Escucho a Guillermo Ravest llamando al pueblo a defenderse. Se oye la canción ‘No nos moverán’. Se interrumpe bruscamente… Los Hawkers Hunters empiezan a silbar sobre el cielo de Santiago”.
Como a las 10:20, finalmente, Radio Magallanes es acallada. La “Operación Silencio” ha finalizado. Pero la voz de Salvador Allende en su última alocución sigue resonando en miles de hogares, fábricas y oficinas. En los estudios de la Magallanes, los movimientos se aceleran.
Leonardo Cáceres:
—Terminó el discurso presidencial y siguió la transmisión especial… hasta que alguien nos avisó que la planta transmisora había sido asaltada por un comando militar. El personal que allí estaba fue detenido… Ya no estábamos en el aire. Nadie se fue a su casa, todos nos quedamos en la radio esperando lo que iba a venir.
René Largo Farías aún está en La Moneda:
—Salí del sótano. Apestaba a humo, a encierro asfixiante. Los compañeros habían quemado ahí muchos documentos que pudieran comprometer a quienes deberán continuar la lucha clandestina, organizar la resistencia. Bajo al Patio de Invierno… Allí me encuentra Augusto Olivares: ‘¿Qué haces aquí todavía, huevón? Ándate a tu casa. Vas a servir más afuera que metido en esta ratonera. Aquí nos van a volar la raja a todos. ¡Ándate, por favor!’. El mismo Augusto me empuja casi con violencia hacia la puerta de Morandé 80. ‘Tiene que salir con las manos en alto’, me dice un carabinero todavía leal. La calle está extrañamente vacía. Camino lentamente hacia la esquina de la Intendencia, donde veo dos o tres reporteros gráficos… Nadie más. Solo silencio. Silencio letal. Ni un soldado, ni un tanque… ¡Nada! Sigo con los brazos en alto por Moneda hacia calle Bandera. Siento que las lágrimas que había intentado retener me bañan la cara… Me siento como un traidor que abandona a los suyos en la misma orilla de la muerte. Recorro lentamente las siete cuadras hasta mi casa… Mientras abrazo sollozando a María Cristina y a mi hijo, nos estremece el estruendo del primer rocket sobre La Moneda.
A las 11:52 desde las ventanas de los estudios de Radio Magallanes todos ven a los aviones Hawker Hunter lanzar cohetes sobre La Moneda.
“Impactar ese blanco con cohetes no guiados y aproximando a 450 nudos (830 kilómetros por hora) iba a ser tarea difícil. Sin duda que lo era”, escribió el general Mario López Tobar en su libro El 11 en la mira de un Hawker Hunter.
Leonardo Cáceres: “Segundos más tarde, las llamas de un gigantesco incendio. Se quemaba la historia, nuestra historia, se incendiaban los símbolos de estabilidad y confianza en nuestra patria, en la democracia, en el avance hacia un país mejor y más justo. La feroz hoguera duró 17 años”.
Guillermo Ravest: “En una breve reunión decidimos que lo único cuerdo en ese momento era desalojar los estudios. Amado Felipe y yo decidimos quedarnos para revisar si había papeles que pusieran en riego a compañeros. Tras una despedida que no dejó de ser emocional, porque no era seguro que volviéramos a vernos vivos, varios compañeros reiteraron su fervor irrenunciable hacia la causa que encabezara el presidente Allende. Ya se había hecho público que a las 14:00 horas comenzaba el toque de queda”.
Amarrados a la Voz de la Patria, algunas emisoras pudieron difundir esa mañana algunos o los tres primeros mensajes que el presidente Allende emitió esa mañana desde La Moneda alertando al pueblo sobre la sedición en marcha. Y de su decisión de no renunciar, de resistir en La Moneda, haciendo respetar la Constitución y el sufragio democrático que lo llevó a la presidencia.
Televisión Nacional (TVN) sería ocupada por militares y sus equipos desmantelados. El jefe de prensa, José Miguel Varas, alcanzó a salir de allí sin ser detenido. Pasadas las 13:00 horas, en La Moneda, en medio del feroz ataque por aire y tierra y del incendio que acecha en cada rincón, el periodista Augusto “Perro” Olivares, con una UZI en sus manos, le pregunta al doctor Danilo Bartulín:
—Dime, ¿qué es lo mejor: un tiro en la boca o en la sien?”.
Bartulín le responde: “Cuando descargues la UZI te van a llegar 20 tiros”.
El “Perro” Olivares siente que hay algo peor que la muerte: quedar herido a merced de los golpistas. Y Bartulín, sin imaginar lo que hará ese hombre grande, fuerte e inteligente, agrega: “En la boca, el tiro no puede pasar entre los hemisferios cerebrales. Lo más seguro es la sien, bien perpendicular”.
Minutos más tarde se escuchan gritos. Augusto Olivares agoniza. Se ha disparado un tiro en la sien. Lo tienden en el suelo del comedor del personal de La Moneda. El doctor Soto le comunica al presidente que ya no hay nada que hacer. Allende está conmocionado. Levanta la voz, tranquiliza a los que lo acompañan y pide un minuto de silencio en memoria de su amigo. Luis Henríquez, policía de la escolta presidencial, dice: “¡Jamás olvidaré la cara del presidente!”.
Se iniciaba la cacería de periodistas y colaboradores de la Televisión Nacional señalados como “peligrosos”. Y los montajes, para ocultar crímenes e inventar “terroristas”. En las dependencias de TVN, los interventores del nuevo orden buscaban todos los materiales con la huella dejada por el gobierno de Salvador Allende, de los músicos y poetas más destacados del país. Entre ellos, el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda. La orden es destruirlos. No prestan atención a una joven mujer, silenciosa y alerta.
En los estudios de Radio Magallanes, durante dos interminables días Amado Felipe y Guillermo Ravest revisan cada rincón en busca de papeles que sirvan para detener personas. Con una sola vía de acceso, saben que no tienen escapatoria para cuando llegara el allanamiento. Ya no pueden salir. El toque de queda rige en toda la ciudad y los disparos y ráfagas de metralleta se escuchaban intermitentes. También los aullidos. El bombardeo a La Moneda desató la cacería en poblaciones, universidades, colegios y fábricas.
Fue entonces que Guillermo Ravest y Amado Felipe cumplieron una tarea clave para la memoria de Chile. Ravest cuenta:
Lo más provechoso que hicimos con Amado Felipe fue dedicar muchas horas a reproducir las últimas palabras de Allende en unos pequeños carretes de cinta magnética. Así llegó el mediodía del jueves 13. Levantado el toque de queda, cerramos los estudios con llave. Nos despedimos. Me encontré con mi mujer, Ligeia Balladares (gran periodista política), en Huérfanos frente al Cine Central. Toda la gran manzana estaba atestada de militares armados. Junto con abrazarnos, emocionados hasta la pepa del alma, ella me preguntó: ‘¿Traes algo comprometedor?’. Cándida y honestamente respondí que no. Pero en el abrazo me delataron las cintas grabadas. Me miró como sólo ella sabe hacerlo.
—Bah, de veras —respondí—. Son copias del discurso de Allende.
Las metió sigilosamente en su bolsa del infaltable tejido. Y como dos viejos amorosos caminamos despacio hacia la casa de nuestra hija en el centro.
Poco después, copias de esas cintas eran distribuidas a corresponsales extranjeros por los canales clandestinos de información que periodistas ya tejían en medio del terror. El equipo de profesionales de Radio Magallanes había logrado salvar el último discurso de Salvador Allende. Su testamento.
Prisión, muerte y esperanza
A pesar de que la asonada golpista ya había comenzado en Valparaíso, el rector Enrique Kirberg y Víctor Jara acudieron presurosos a la sede de la UTE, su puesto de trabajo, ese martes, 11 de septiembre de 1973. Kirberg fue hecho prisionero político y llevado al Campo de Concentración de Isla Dawson, al fin del país, en condiciones extremas. Su “pecado”: ser el primer rector elegido en 1968 en claustro pleno por profesores y estudiantes en Chile. Falleció en 1992.
Víctor Jara fue detenido en la sede de la UTE junto a decenas de profesores, estudiantes y trabajadores de la universidad y trasladado al Estadio Chile, convertido en el primer campo de concentración. Allí fue golpeado brutalmente. Decenas de trabajadores de industrias y reparticiones públicas de Santiago, convertidos en prisioneros, vieron cómo se ensañaron con él. Apareció el 16 de septiembre en un sitio eriazo en un suburbio de Santiago con 44 impactos de bala en el cuerpo y sus huesos destrozados. Hace pocos días los altos oficiales que le dieron muerte fueron, finalmente, condenados a prisión. Algunos están prófugos.
Guillermo Ravest supo que era intensamente buscado. Tres meses más tarde, con su esposa y su hija menor, lograron asilarse en la embajada de la entonces República Federal de Alemania, gracias a la intermediación solidaria del agregado de Prensa de ese país, Raban von Metzinger. Estuvieron diez años en el exilio. José Miguel Varas, su esposa Iris Largo y su cuñado René Largo Farías (asesinado más tarde en democracia, su crimen se mantiene impune) también lograrían escapar. Todos ellos, junto a la pareja de periodistas Leonardo Cáceres y Gabriela Meza, más otros profesionales, alimentarían diariamente desde Moscú el mayor foco de información que conozca nuestra historia para sortear la férrea censura y darle espacio a la lucha por la vida en Chile. Fue un equipo de excelencia.
El programa radial “Escucha Chile” se convirtió en el más escuchado en Chile y en distintas latitudes por los exiliados. Un lazo invisible durante los años más negros del horror. Una red increíble de corresponsales se tejió al interior de Chile y en muchos países de distintos continentes, para salvar vidas. Para intentar detener la masacre haciendo públicos nombres de victimarios y direcciones de cárceles secretas. Y para mantener viva la esperanza informando de la inmensa solidaridad internacional. Un rol especial cumplió en esa tarea un grupo de periodistas argentinos, el más importante, Isidoro Gilbert.
Para los periodistas que no pudieron sortear el cerco, la vida se hizo difícil y, a veces, brutal.
Guillermo Ravest nos cuenta qué pasó con Amado Felipe: “Nunca volví a ver a nuestro jefe de radio-operadores. Incluido en una ‘lista negra’ por los empresarios radiales y absolutamente cesante, se suicidó tiempo más tarde”.
En las dependencias de TVN, los interventores del nuevo orden buscaban todos los materiales con la huella dejada por el gobierno de Salvador Allende, de los músicos y poetas más destacados del país. Entre ellos, el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda. La orden es destruirlos.
A Guillermo Torres Gaona lo hicieron prisionero en la casa central de la Universidad Técnica. De allí lo llevaron al Estadio Chile, convertido en campo de prisioneros. El 14 de septiembre se los llevaron con los otros prisioneros de la UTE al Estadio Nacional. Allí se encontró con muchos periodistas que ese día 11 cumplieron su misión de informar. Y luego iría al Campo de Prisioneros “Chacabuco”, en el norte del país. Y después a “Cuatro Álamos”, otra cárcel de la dictadura. La experiencia fue brutal. Nunca la ha contado. Nunca ha dejado de hacer periodismo.
Ramiro Sepúlveda, de Radio Magallanes, fue hecho prisionero y llevado al Estadio Nacional. Una vez liberado no salió de Chile. En 1982, junto a Jesús Díaz, uno de sus compañeros de Radio Magallanes, y a otros tres periodistas (los hermanos Caucamán Pérez y Rómulo Fuentes), fue nuevamente hecho prisionero, acusado de violar la Ley de Seguridad del Estado. Todos ellos alimentaban redes de información clandestina. Nunca dejó de hacerlo. Falleció el 3 de agosto de 2021.
Las voces de Radio Corporación, Sergio Campos y Julio Videla, seguirían en su misión de informar. Y Sergio Campos se convertiría en los años 80 en la voz emblemática de la “Voz de los sin Voz”, la Radio Cooperativa. Allí sigue hoy, dando prueba de su ética y compromiso con la vida y el buen periodismo.
Gran parte de los archivos históricos de Televisión Nacional (TVN), el canal público, fueron salvados en una cruzada arriesgada y eficiente por la joven Amira Arratia, hoy jefa de Documentación de TVN.
Han transcurrido 50 años de aquel día que nos partió la vida en dos. Cuando en la noche de este nuevo “11” los conductores de TVN abrieron el noticiario diario de manera solemne, millones de chilenos escucharon atónitos:
“Hace 50 años, luego del bombardeo a La Moneda, este noticiario no fue al aire y Televisión Nacional de Chile no inició sus transmisiones en varios días. Augusto Olivares era entonces director de TVN y asesor personal del presidente Salvador Allende, junto a quien murió en La Moneda el 11 de septiembre de 1973. La televisión pública fue asaltada e intervenida. Militares armados tomaron el canal por la fuerza y ordenaron quemar y destruir valioso material audiovisual que forma parte de la historia de nuestro país, como el Premio Nobel de Pablo Neruda. Algunos lograron ser ocultados y salvados por la valiente acción de quien es hoy la jefa de documentación de TVN, Amira Arratia… Con el terror como vehículo, la censura y los montajes se hicieron tristemente frecuentes en los contenidos de TVN…, que se ha hecho cargo del dolor que esas mentiras generaron en las víctimas de la dictadura, asumiendo su responsabilidad institucional, exhibiendo cómo se gestaron los montajes y la verdad que se escondió tras ellos. Hoy, 50 años después del golpe de Estado que fracturó al país, el departamento de Prensa de TVN ratifica su compromiso con la democracia y reafirma su defensa de los Derechos Humanos, la libertad de expresión y el ejercicio del periodismo. Los profesionales que hoy somos parte de este equipo esperamos que nunca más la televisión pública de Chile sea tomada por la fuerza, intervenida, censurada, ni utilizada para silenciar, ignorar, ni hacer daño a ninguna persona por el simple hecho de pensar distinto”.
Gran parte de los archivos históricos de Televisión Nacional, el canal público, fueron salvados en una cruzada arriesgada y eficiente por la joven Amira Arratia, hoy jefa de Documentación de TVN.
Por primera vez, un medio de comunicación pedía perdón por tanto dolor causado a través de la manipulación, la mentira y la violencia.
Fue quizás el mejor homenaje a ese destacamento de periodistas que desde el minuto uno del golpe de Estado cumplió a riesgo de sus vidas con el deber de informar. ¡Nunca mintieron! Estremece hoy ver esas hojas minúsculas y casi transparentes que salieron de distintos campos de prisioneros con información clave para salvar vidas. Emociona saber el trabajo silencioso que por años hicieron periodistas que siguieron trabajando en los medios cómplices de la dictadura, entregando a los que trabajaban bajo acoso y amenaza permanente, información necesaria para develar operaciones de los equipos de represión del régimen. Imposible no recordar a todos aquellos que pagaron con su vida mantener vivo su compromiso ético. A los que vieron morir a sus hijos a causa de la violencia, como el gran periodista Edwin Harrington. Y a todos los que mantuvieron encendida esa llama con rigor y amor, con sentido de equipo. Gracias a ellos hoy existe registro histórico de lo que ocurrió. Para que ¡Nunca Más!
Este texto fue publicado originalmente en el Consultorio Ético de la Fundación Gabo.