1. Un perfil distinto
El ex presidente Sebastián Piñera siempre tuvo un perfil atípico para la derecha chilena: nació en una familia histórica de la DC; fue empresario, millonario y banquero. También supo darse cuenta mucho antes que el resto de su sector que el dictador Augusto Pinochet no era un árbol al cual arrimarse si se quería llegar al poder en el retorno a la democracia.
La DC venía en su sangre. Su padre, José Piñera Carvallo fue uno de los fundadores del partido, y su madre Magdalena Echenique, democratacristiana a rabiar: tenía en la entrada de la casa familiar una imagen de Jesús, una foto del Papa y otra del ex presidente e ícono de la falange, Frei Montalva. Su hermano, Pablo Piñera, a quien intentó nombrar embajador en Argentina, fue subsecretario de Hacienda durante el gobierno de Patricio Aylwin.
Desde el poder económico, Sebastián Piñera acechó siempre al poder político. Entró al parlamento apenas se reabrió en 1990 como senador. Desde ese lugar trató de llegar a la presidencia, pero antes protagonizó el suceso conocido como“Piñeragate”: uno de los episodios más embarazosos para su sector, cuando tuvo que declinar su candidatura por haber intentado boicotear las ambiciones presidenciales de Evelyn Matthei.
Se separó de su sector mientras los liderazgos emergentes en los noventa todavía prendían velas a Pinochet. Mientras Lavín visitaba al dictador a Londres y Matthei se indignaba con los gobiernos de España e Inglaterra por su detención, él vio que era mejor no vincularse con la dictadura. Votó por el No y lo recordó siempre que pudo, por más ronchas que sacara entre sus correligionarios.
Con ese olfato, fue el primer presidente de derecha desde el retorno a la democracia y ostentó una independencia partidaria que incomodó tanto a su antiguo partido, RN, como a la UDI. Buscó que su primer gobierno fuera la base de una “democracia de los acuerdos”. O al menos eso dijo en 2010.
2. Las urgencias del primer mandato
Al principio, lo llamaban yeta y se podría decir que inauguró los memes presidenciales. Su apellido se convirtió en el nombre de una nueva forma de actuar político: “piñericosas”.
Su primer gobierno estuvo complicado: tragedias, fenómenos naturales y agitación social. La forma en cómo partió fue una muestra de eso: un temblor de 7.2 grados irrumpió con fuerza en el momento en que la ex presidenta Michelle Bachelet le entregaba la piocha de O’Higgins en Valparaíso.
Asumió su primer período semanas después del terremoto del 27 de febrero del 2010, uno de los más grandes de la historia y en el que murieron 550 personas. Y más tragedias golpearon sus primeros meses en el poder: al final del primer año de mandato se quemó la cárcel de San Miguel, en donde se contaron 81 muertes.
Con todo, el mismo 2010 pudo erigir su liderazgo en la gestión para el rescate de los 33 mineros. Su afán por mostrar el papel con el mensaje que devolvió la esperanza sobre la situación de quienes llevaban diecisiete días atrapados a seiscientos metros de profundidad quedó para la posteridad. “Estamos bien en el refugio los 33” se volvió el mantra de una época.
También tuvo que lidiar con los temblores de las calles. Fue durante su gestión que comenzaron a forjarse los rostros que ahora lideran el Ejecutivo. El movimiento estudiantil irrumpió con fuerza en 2011, y Gabriel Boric, Giorgio Jackson y Camila Vallejo se volvieron férreos opositores a su gobierno desde las universidades, plataforma desde donde le hicieron un fuerte gallito a la clase política, a la que pusieron en jaque en materias educacionales.
3. Reelección: “tiempos mejores”
Con el slogan de los “tiempos mejores” Sebastián Piñera llegó por segunda vez a La Moneda en 2018. Sus cercanos dicen que incluso había contratado a algunos de los mejores fotógrafos de los medios de comunicación para poder, al final del mandato, publicar sus memorias.
Fueron una promesa y un sueño que jamás pudo cumplir. Es más: se vieron reducidos al absurdo en años marcados por la efervescencia y agitación social, por revelaciones periodísticas que pusieron en entredicho sus nexos con el poder empresarial, y por la mayor crisis de salud de las últimas décadas.
El malestar social se expresó con fuerza desde el primer año del segundo mandato. Las tomas feministas en las universidades y luego el asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca en noviembre de 2018 volvieron a llenar las calles. Y terminaron echando por el suelo las posibilidades de éxito de los diálogos de paz en La Araucanía y con los universitarios.
En 2019, el poder de las calles continuó. Primero con la histórica marcha del 8 de marzo que reunió a alrededor de 300 mil personas en Santiago y 800 mil a nivel nacional. La tensión social terminó de explotar el 18 de octubre del mismo año, mientras el ex presidente era fotografiado en el cumpleaños de su nieto en una pizzería.
Fue, por lejos, el momento más complejo de su trayectoria política. Millones de personas que se manifestaban diariamente exigiendo un Chile más justo también pedían su renuncia. La represión de las protestas, que dejó a más de 460 personas con traumas oculares, al menos 7 fallecidos y casi 200 denuncias de violencia sexual, llevó a Piñera a su peor índice de aprobación. Y teniendo que lidiar con la comparación que más detestaba: en las calles, le decían “asesino, igual que Pinochet”.
Aún así, resistió. La pandemia y las restricciones sanitarias pusieron paños fríos sobre las calles. Quizás por eso logró terminar su segundo mandato. En el ámbito sanitario, su gestión fue reconocida ampliamente como un éxito, sobre todo por el proceso de vacunación masiva.
Incomodando nuevamente a su sector, durante la cuenta pública del 2021 Piñera anunció que pondría suma urgencia al proyecto del matrimonio igualitario. En diciembre de ese año promulgó la ley, con lo que zanjó un debate de tintes morales que llevaba años tensionando a la derecha conservadora en la arena política.
Ya al final de su mandato, en octubre de 2021, tuvo que lidiar con una nueva denuncia, esta vez de corte económico: los Pandora Papers revelaron irregularidades en la compra venta de la minera Dominga en Islas Vírgenes Británicas de la familia Piñera hacia su amigo cercano, el empresario Alberto “Choclo” Délano (ya condenado por el caso Penta). Esto le valió a Piñera su segunda acusación constitucional, que fue rechazada por el Senado en noviembre del mismo año.
4. Lo que dejó el estallido
Aunque Piñera ha sido elogiado durante años por ser “demócrata”, durante el estallido dio algunas de sus declaraciones más duras. Después de las primeras protestas, dijo que el país se encontraba “en guerra”.
El actuar de Carabineros entre octubre del 2019 y marzo del 2020 quedó consignado en informes internacionales de organizaciones como Amnistía Internacional y Humans Right Watch, quienes concluyeron que durante ese período en Chile se violaron los derechos humanos de los manifestantes. Estos hechos le valieron a Piñera su primera acusación constitucional, que no prosperó en el Congreso.
A modo de encauzar el descontento ciudadano, el 15 de noviembre de ese año se firmó el Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución, que derivó en el proceso constituyente de 2022 y 2023.
Aunque el pacto entre los distintos sectores políticos le dio un respiro a Piñera, en sus filas la situación se complejizó: la derecha dura se incomodó con el exmandatario, a quien acusó de entregar la Constitución vigente, redactada originalmente durante la dictadura de Pinochet. En este período también se empezó a consolidar una derecha más radical, que le permitió a José Antonio Kast llegar a la segunda vuelta electoral en 2021 contra Gabriel Boric.
Durante los últimos meses, Piñera se sumó a las reinterpretaciones que se han enarbolado desde la derecha en torno al estallido social. “Fui víctima de un golpe de Estado no tradicional”, dijo en una de sus últimas entrevistas.
5. Expresidente
–Señor Piñera, está avisado.
Con esas palabras, el entonces candidato presidencial Gabriel Boric anunciaba en un debate televisado que, durante su mandato, Sebastián Piñera tendría que responder por las violaciones a los derechos humanos durante el estallido.
Pero mucha agua ha pasado bajo el puente y tanto Boric como el resto de la clase política transformó su mirada sobre el expresidente Piñera en los últimos dos años. “Fue un defensor de la democracia”, dijo el propio Boric en diferentes ocasiones. Los elogios le han brindado una serie de críticas a nivel social, por ser complaciente con su antecesor, a contrapelo de su postura como diputado.
Boric recalcó hasta el final que su adversario político fue un demócrata. Así lo dijo en sus primeras palabras oficiales al país luego de conocerse el fallecimiento del expresidente:
–Contribuyó desde su visión a construir grandes acuerdos por el bien de la patria, fue un demócrata desde la primera hora.
Piñera nunca dejó de ser un político activo. Aunque dijo que no regresaría a La Moneda, aprovechó la libertad de no ser candidato electoral para opinar y participar en distintas actividades de forma activa. Incluso Boric lo invitó a que fuera con él al cambio de mando de Paraguay en agosto pasado.
En su rol de ex mandatario, opinaba sobre la política contingente y los grandes temas que han aquejado al país en las últimas décadas. En una entrevista con una radio argentina, por ejemplo, dijo que Boric “no está conduciendo al país por el camino adecuado”. Más recientemente, también se refirió al fracaso del segundo proceso constitucional. “No haber logrado un acuerdo constitucional que fuera probable debilitó a la derecha”, dijo en enero del 2024. En la misma ocasión, afirmó que a Chile Vamos y al Partido Republicano les faltó llegar a un buen acuerdo en torno a la propuesta del Consejo Constitucional. Además, propuso que la derecha formara una “gran alianza desde la derecha republicana a Amarillos, Demócratas e independientes”.
Cómo los chilenos y chilenas del mañana recordarán a Sebastián Piñera, cómo la derecha se reacomodará tras su muerte, cómo pasará para la historia, aún está por verse.