Ensayo

Vidas de J.M., la nueva novela de Caparrós


Hombre hueco (algunas preguntas)

¿Qué es una novela política? ¿Qué es una sátira? ¿Qué es la normalidad? ¿Es esta una novela del dictador? ¿Hay relatos cuyo misterio sólo puede ofrecerse como una catástrofe? ¿Leemos novelas para huir de lo real o exorcizarlo? ¿Cuándo sabe un peinado que se puso viejo? Una reseña cultural también puede ser un rosario de preguntas: todo lo que Alvaro Bisama se atreve a cuestionar mientras lee Vidas de J.M., la nueva historia de Caparrós.

¿Qué es una novela política? ¿Qué es un panfleto? ¿Qué es una diatriba? ¿Qué es una sátira?

¿Por qué Martín Caparrós inventa la infancia y la juventud de Julio Méndez, de J.M., de esas iniciales que son tanto una broma como una trampa? ¿Es aquella infancia de insultos y correazos una defensa ante el presente, una explicación, un consuelo inverosímil? ¿Cuánto tiempo tardó en escribirla, como si Vidas de J.M. solo pudiese redactarse como una colección de anotaciones al vuelo, de viñetas dibujadas en la inmediatez y finiquitadas en la urgencia? ¿Es este pasado del personaje, narrado de modo realista, el lugar que resuelve o explica el presente de un personaje parecido a Méndez, tal como lo es o puede ser Milei, rodeado de perros clonados y rock de saldo, de teorías conspirativas decoradas con jerga académica, de médiums, hermanas, noviazgos con imitadoras de Cristina K., del apoyo de participantes alucinados de Gran Hermano, de alabanzas y gritos de fanáticos, de celebraciones de la violencia policial, de imágenes de camas encharcadas y memes de Twitter, de ofensas interminables, de conversaciones con mascotas muertas como si fuesen santos? 

¿Por eso esta novela vuelve a espacios reconocibles -como la casa, el colegio, la cancha o el barrio- a lugares donde la normalidad es un baúl de doble fondo pues ahí reconocemos la lengua íntima de la violencia como una especie de patria tan horrorosa como común?

¿Es este libro una versión inesperada de la novela del dictador, de ese libro que es un deseo imposible de la literatura latinoamericana o más bien su pesadilla? ¿O habría que leerla más cerca de Arlt o de La fe de nuestros padres, esa nouvelle de 1968 donde Phil Dick hacía que un personaje reconociese en el Líder o Benefactor del Pueblo a una criatura de otro mundo, un extraterrestre que devoraba vidas y cuerpos mientras se presentaba bajo apariencias diversas, algo que el protagonista recién reconocía cuando tomaba el medicamento que suprimía los efectos del alucinógeno colectivo que corría en el agua y en los medios, algo que le permitía ver que el presidente era “un organismo mecánico que no se parece en nada a un hombre”, “algo construido para parecerse a un hombre”?

¿Y, entonces, cuánto se parece Méndez a Javier Milei? ¿Se acercan? ¿Es aquella cercanía en realidad una trampa? ¿Puede la ficción explicar los detalles de cómo funciona un gobierno o un presidente?

¿Quiere decirnos Caparrós que no es posible un relato lineal porque la memoria está hecha de pedazos sueltos y lo roto (Méndez, el lector, el mapa de la memoria, la vida política y pública, la vida familiar y secreta, el presente) no puede pegarse de nuevo y solo nos queda avanzar entre esos fragmentos para ordenarlos como se pueda, aunque no se solucione nada? ¿Qué hacemos los lectores con los apuntes de una vida que no fue? ¿Sonreír con los contornos de un mito degradado hasta lo banal? ¿Terminar de aceptar la idea de que las celebridades son un embutido fabricado desde el trauma, acaso imbunches dibujados por los accidentes de la memoria?

Porque ¿el momento más importante de una sátira -o de esta sátira, más bien- no es el instante en que cualquier humor desaparece, ese instante donde lo que queda ante el lector son sólo las muecas de un discurso que ha sido vaciado, la gestualidad de una carne que ahora sólo corresponde al hueso o al pellejo, a  un relato cuyo misterio sólo puede ofrecerse como una catástrofe? 

Entonces, ¿por qué leemos novelas? ¿Para qué leemos esta novela? ¿Para huir de lo real? ¿Para sumergirnos de cabeza en ello? ¿Para comprenderlo? ¿Para compartir la desolación, el deseo, la sospecha, la risa? ¿Para exorcizarlo?

¿Trae la ficción algún consuelo? 

¿Es esa fragilidad del lector el verdadero relato de Caparrós, la novela que está detrás de la novela? 

¿Es la ficción un punto fijo, algo que ordena una realidad que parece cambiar para deshacerse? ¿Es el poder una colección de pulsiones del presente que solo pueden ser entendidas desde las heridas de una vida privada dibujada como una colección de momentos íntimos y vergonzantes, en tanto enumeración de abusos y golpes y silencios y más golpes y bullying escolar y fracasos? ¿Lo que nos importa de J.M es aquel pasado enterrado en la vergüenza? 

¿La verdadera sátira no es insoportable y contamina la memoria pero en cierto modo nos permite entender cómo funciona, qué oculta, qué despliega como una línea dibujada con la sombra?

¿Qué hay o qué queda o cuál es el misterio de un personaje o una persona después de eso?

¿Una silueta convertida en un chiste que se masca entre los dientes? ¿ Una peluca? 

¿Un peinado viejo que no sabe que es tal? ¿Una bildungsroman rota, una vida imaginaria pero posible fabricada con escombros, esquirlas y derivas, donde podemos leer o entender al personaje, a tal Méndez y el modelo que lo inspira ya no como “almas perdidas y violentas/ Sino, tan sólo, como hombres huecos, /Hombres rellenos de aserrín”, tal y como escribió Eliot para entender quizás al Mistah Kurtz de Conrad y a otros como él?