Los Greenhill llegaron a Chile por una iniciativa del gobierno para llevar al sur del país colonos que trabajaran la tierra. Les dieron 40 hectáreas y facilidades tributarias.
A los 19 años, Elena se casó con Manuel de la Cruz Astete, un productor rural y comerciante de ganado chileno de 38 años, que operaba entre Chile y la patagonia argentina
Elena y Astete se mudaron a la Patagonia argentina. El “negocio” implicaba robar ganado y traficarlo entre Argentina y Chile. Ahí fue cuando empezaron los problemas con la ley.
A Elena Greeenhill la llamaban La Inglesa. Fue una bandolera distinta. No robaba bancos ni secuestraba empresarios. Se dedicaba a robar ganado y venderlo a estancieros locales o chilenos.
Su vida pegó un giro cuando su marido apareció muerto con golpes de piedras y palos a un kilómetro de su casa. La Justicia, sin pruebas, condenó a Elena a prisión.
Un tal Martín Coria decidió liberarla. Coria y Elena se casaron y se establecieron en Montón-Niló, en la provincia de Río Negro. Libre y con nuevo compañero, Elena volvió a las andanzas
Elena y Coria fueron acusados de muchos delitos: desde la colocación de contramarcas en el ganado, arreo, hurtos, usurpación, atentado contra la autoridad y extorsión.
En 1910 una partida policial llegó hasta la finca de La Inglesa. Ella los enfrentó junto a los pocos peones que trabajaban en la estancia
La Inglesa logró vencer a los policías. Algunos pudieron escapar, otros fueron atrapados. La Inglesa los obligó a trabajar en la finca lavando platos o limpiando las habitaciones.
La humillación de La Inglesa hizo que el 31 de marzo de 1915 la Policía le tendiera una trampa en un cañadón cercano en Gan Gan. En un tiroteo cruzado la vida de Elena Greenhill llegó a su fin.