Foto de portada: Diego Figueroa, Migrar Photo - Estación Central
A dos cuadras hay un funeral. Cuando lo mencionan entre ellas, no es necesario ponerle nombre: los fuegos artificiales se lo dan.
Los explosivos se mezclan con una cumbia que entra por la ventana de la sede vecinal de la población Santo Tomás de La Pintana. Un estridente “y yo me dedico al alcohol, se nota que no me querés” se cuela en la pieza donde las dirigentas del barrio Margarita Sanhueza (65), Bárbara Pino (41) y Jócelyn Órdenes (37) toman once y hablan de las elecciones del Consejo Constitucional.
Margarita Sanhueza es de cabello corto y rizado, se frota las manos y se achica de hombros porque ya empezó a helar a estas horas. Vive en la Santo Tomás casi desde el momento en que la dictadura construyó las viviendas sociales que la componen, a mediados de los ochenta, y siempre se ha reconocido de derecha, cercana a la UDI.
La apatía política la pone mal, le enferma, pero la entiende. Su población está en la periferia de La Pintana, en la frontera con La Granja; en un rincón del rincón diseñado por la dictadura para marginar a los sectores vulnerables en la ciudad. En ese abandono, el debate político importa poco y nada. Desde el retorno a la democracia la comuna ha tenido alcaldes de la Concertación, primero el PPD, por veinticuatro años, y ahora, desde el 2016, la DC, con Claudia Pizarro, a quien es mejor ni mencionar por estos lados.
—En el sector mío no quieren nada con nadie. Pero ¡totalmente lo que es nada! Van a ir a las urnas a anular, a hacer una cruz —dice Margarita.
Los resultados en La Pintana dieron cuenta del descontento que muestran las dirigentas. Los votos nulos y en blanco de la comuna sumaron 29.584, más de lo que obtuvieron los partidos.
A nivel nacional, los votos nulos y en blanco fueron el 21 por ciento, mientras que en La Pintana sumaron el 26 por ciento.
Con todo, en la comuna, el pacto más votado fue Unidad Para Chile (PC y FA), con 28.155 preferencias. Y el candidato más votado fue, al igual que en el resto del país, el republicano Luis Silva, con 12.333 votos (15%).
La Concertación, que ha regido la comuna en los últimos treinta y un años, ahora agrupada en el pacto Todo por Chile, sacó apenas 6.690 votos (8 por ciento).
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Bárbara Pino vive hace más de veinte años en el primer piso de un block verde junto a sus dos hijos, dos plantas más abajo que su madre. Es parvularia del jardín del barrio y estudia administración de empresas por internet.
Creyó en el proyecto del presidente Boric, se compró el rollo de la esperanza, del gobierno transformador, y votó confiada. El candidato se veía como alguien de sus mismos valores, preocupado de los movimientos sociales, de los estudiantes, del pueblo. Pero ahora que lo ve en La Moneda dándose volteretas está decepcionada. Nada cambió y se siente tan abandonada como antes.
La más joven del grupo es Jocelyn Órdenes. Es la que expresa más frustración y rabia cuando comenta sobre política. Se mueve, se inclina sobre la mesa, mueve los brazos y habla fuerte cuando dice mira, yo te voy a contar cómo es la weá acá, antes de enumerar la larga lista de carencias del barrio, que van desde balaceras y asaltos crecientes hasta falta de semáforos.
Es vendedora de un almacén y los fines de semana atiende, junto a su madre, un puesto en la feria. Mamá de tres, vive con la preocupación de dónde meter a sus cabros adolescentes cuando la visitan fin de semana por medio, porque ellos no deberían dormir en la misma pieza que su hija chica. Pero en los menos de 40 metros cuadrados que mide su departamento no hay más espacio. La Pintana es una de las comunas que lidera los índices de hacinamiento en Chile.
Nunca creyó en la importancia del voto. Sus cercanos le decían que para qué, si al final era una pérdida de tiempo, hasta que se acercó a las urnas en la primera vuelta presidencial y de nuevo para votar Rechazo en el plebiscito de salida.
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—Santo Tomás es un caso histórico de discriminación, denostación, de menosprecio social, de abandono estatal. Y somos un sector abandonado porque este es un sector no votante.
Vilma Espinoza (65) llegó hace treinta y un años a la Santo Tomás y es la presidenta de la junta de vecinos desde hace treinta. Se reconoce más como tomasina que como pintanina, y tiene incontables luchas y encarcelamientos por manifestaciones en el cuerpo. Camina lento, con una muleta, los vecinos la saludan mientras se pasea por el local de votación como la autoridad política que su población no tiene.
Durante toda la vida fue una limpia wáter, como le gusta decir, ya que trabajó en servicios de aseo y nunca le hizo asco a ninguna pega. Es oriunda de Arica y se define como india, porfiada y de izquierda, pero ni cagando comunista; y dice ver la vida como una rivalidad constante.
—¿Con quién?
—Conmigo misma.
Cuenta con orgullo de la vez que, en los años dos mil, en medio de las manifestaciones que lideró en oposición a la construcción de la Autopista Acceso Sur, increpó al senador socialista Juan Pablo Letelier para que viera la cagada que las obras estaban dejando en su barrio. Este no quiso caminar por las calles, inundadas de barro y deshechos, y Vilma Espinoza no se lo aguantó.
—Pero si yo te pago para que te metai al barro. ¡Y para que te comprís más zapatos para que te metai más al barro!
—¡Usted es una falta de respeto! — le respondió, indignado, el histórico socialista.
—¡Oye no te metai con la vieja! ¿No sabís quién es? — saltó el entonces senador Pablo Longueira aguantando la risa, quien también estaba en la visita de las autoridades.
—¡Ah! ¿Es usted la señora Vilma, entonces? — recapacitó Letelier.
—Sí po, yo soy.
Y ahí se quedó callado.
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En el proceso constitucional anterior, dice Vilma Espinoza, la gente de la Santo Tomás se interesó y participó durante los meses de campaña y de trabajo de la Convención.
Ahí el favorito, y el único candidato para los tomasinos, era Benito Baranda. Dicen que todas las semanas iba a trabajar con la comunidad, dirigentes sociales, jóvenes, niños.
Pero ahora no hay un Benito Baranda, hay un tal Bruno que tiene su mismo apellido, pero en la Santo Tomás ni lo conocen, no los motiva. Ningún candidato se acercó a las fronteras de la población. Si es que pasaban por La Pintana, iban a sectores más centrales, como El Castillo. Pero no aquí, donde hace años que no viene ni siquiera la alcaldesa.
A la salida del local de votación un grupo de tres hombres toma cervezas en lata sentados junto a un mural que, con los colores de Colo-Colo, reza: “Sxicidas”.
De una casa aledaña, tan tapada de tablones que no permiten ver nada hacia adentro, suena el clásico de Gondwana: “Tú sabes que el amor existe/ tú sabes que es verdad/ el sentimiento original”. La reja a la que está pegada tiene un cartel blanco escrito a mano: “Pall Mall click $300. Pall Mall $250”.
—Ahí, en esa calle, a fines del año pasado mataron a una mujer en su casa con un incendio que también quemó otras casas de al lado.
También quedó en la memoria del barrio.
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El abandono que acusan por parte de la autoridad comunal tiene larga data y tiene que ver, entre otras cosas, con las nulas ayudas que recibieron durante la pandemia. En ese período las dirigentas llamaban a la municipalidad por cajas de mercadería que nunca llegaron y bidones de parafina que se hacían insuficientes. Además, para sanitizar los blocks, tuvieron que comprar ellas mismas rociadores.
Y si de desafección con la autoridad hablamos, el presidente tampoco se queda atrás.
—Como que no sabe para dónde va la micro. Yo de repente lo escucho y digo ¿pero Dios mío qué está haciendo? ¡Dan ganas de sacudirlo! — dice Margarita Sanhueza, abriendo las manos y moviendo los brazos.
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—¡¿Y qué tanto conchetumare?¡ ¡Soy entero jugoso, culiao!
De una casa enrejada, como todas las que están pegadas a ella en la población Santo Tomás, sale música tropical, y afuera el ambiente no es alegre. En la plaza, una explanada de cemento que sólo tiene brotes verdes de maleza y a cuyo alrededor se levantan blocks disfrazados con murales de la U, un hombre en sudadera se acerca desafiante, a paso lento y tambaleante a otros que toman cervezas sentados al borde de la vereda, y repite, abriendo los brazos: “¡¿Y?! ¡¿Qué tanto po?¡”.
Hace algunos años, cuenta Bárbara Pino, caminando hacia su local de votación, ahí, justo ahí, al lado de una botella de ron vacía tirada, degollaron a un hombre. Era de día y fue a plena vista de los vecinos. Y quedó en la memoria del barrio.
Dos metros más allá, en una banca, dos adolescentes cabizbajos no se hablan. Uno usa un gorro deportivo negro, y el otro luce un corte de pelo que tiene una línea con forma de rayo sobre su oreja izquierda. Ambos mantienen las manos en los bolsillos. Cada pocos segundos, levantan la mirada y examinan su alrededor.
—Aquí están los voladitos. Y ayer, este de acá andaba con un cuchillo. Todas las noches se pelean y meten bulla, pero casi nunca pasa a mayores.
A menos de diez metros está el jardín donde trabaja Bárbara Pino. Y a menos de dos calles, se abre un pasaje. Hace un mes, fue el escenario de un enfrentamiento entre bandas que, como si nada, abrieron fuego de lado a lado. Una cosa fea, brutal y viral: uno de los pistoleros lo registrara en video y lo subiera a las redes. Eso que en los usuarios de Twitter provocó estupor y afectó sensibilidades, acá, dicen, no causó tanto revuelo.
—¡Eso lo vivimos todos los días! Si acá, en Santo Tomás, hay una noche en la que tú no escuches una balacera, no es Santo Tomás— dice Vilma Espinoza.
—Esta es zona roja—, dice Bárbara Pino, ahora en la fila de su mesa de votación en el colegio Profesora Aurelia —estamos al lado de la Pablo VI y a veces hay que venir a buscar a los niños porque hay balaceras o porque va a pasar un funeral. ¡Imagínate que en esta parte ni siquiera llega internet!
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La población Santo Tomás, aquejada por el narco y la delincuencia, entró en 2019 al Plan Nacional de Barrios Prioritarios, y hace un mes entró en el Plan Calles Sin Violencia, pero sus dirigentas también dicen que el abandono en el que viven pasa por la otra gran carencia de la comunidad: la crisis habitacional: 142 hectáreas en las que viven 55 mil habitantes.
—Eso es inhabitable, acá no hay ninguna política de Estado que se pueda aplicar— dice Vilma Espinoza.
Las dimensiones de las viviendas sociales que pueblan el paisaje de las calles angostas, tapadas en rejas de lado a lado y con basura tirada en el piso al final de cada esquina, tampoco dan abasto. Las casas tipo “tren”, pegadas una a la otra, que forman el gran laberinto de la Santo Tomás, suman 36 metros cuadrados entre sus dos pisos. Y cada uno de los 48 departamentos que componen cada block oscilan entre los 36 y los 40.
Así, sobre sus mismos cimientos, la Santo Tomás se hunde. Vilma Espinoza comenzó a medir la baja de la loza hace cinco años, después de que se diera cuenta, junto a otras vecinas, que la cerámica del piso se soltaba pese a los mejoramientos que hacían.
El barrio está construido sobre canales subterráneos que atraviesan toda la población y, según sus cálculos, el avance es aterrador: por año, la Santo Tomás se hunde de 1 a 1,5 centímetros.
En ese contexto, queda poco interés por el debate político. No hay esperanzas, responde Vilma Espinoza si se le pregunta por la percepción de los habitantes de su población sobre el proceso constituyente, las elecciones y las autoridades.
—Nosotros recibimos lo que queda, siempre las sobras.
Y claro, a Vilma Espinoza le enchucha que las autoridades no conozcan los problemas cotidianos de su sector. Hace años que es así, y el modelo se repite ahora con el proceso constituyente, donde no se ve que los Consejeros ni los Expertos estén con los pies en el barro.
—Tal vez en las palabras, en poner las comas. En eso sí te puedo considerar experto. Pero acá está lo que se pide y si ellos nunca tienen la mirada de trabajar con la comunidad y reconocer los daños que se le ha hecho, no va a funcionar.
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Margarita Sanhueza dice de nuevo que hace frío y revuelve un café con dos cucharadas de azúcar. Toma un sorbo de la cuchara y acerca la nariz al vapor que sale de la taza.
—Acá la mayoría son mujeres y jefas de hogar, y me decían ‘¿para qué vamos a hacer esta elección? ¿Cuánto tiempo estuvieron los otros? ¿Cuánta plata se gastó? Y fue plata perdida.
Pero no, le responde Bárbara Pino, lo que pasa es que hay gente que votó por alguien que andaba disfrazada de Pikachu. ¡Válgame Dios! Ahora, por lo menos, hay gente más preparada.
Eso la tranquiliza, o por lo menos, intenta que lo haga.—Ya, pero ¿y nosotros? Los dirigentes no tenemos participación en esto— salta, sin dejar pasar un segundo, Jócelyn Órdenes, incorporándose sobre la mesa—. Y tenemos dirigentes preparadas po.